
Ridículo nacional, segunda parte
Francesco Petrarca, el humanista del siglo XIV, nos dejó un diagnóstico implacable de su tiempo que hoy, en 2025, reverbera sobre el desierto moral y ético de la política mexicana. En su Italia fragmentada, donde ciudades-estado se desgarraban por el poder y el Papado se hundía en Aviñón por la corrupción, Petrarca alzaba su pluma para lamentar que la ética había abandonado la política. No tengo claro desde qué época, pero debe haber una cuando la política en sí se convirtió en “espectáculo”, más allá del hambre del poder. En sus cartas y reflexiones, el filósofo denunciaba un mundo donde la virtud, antaño brújula de la Roma republicana, había sido reemplazada por la ambición desnuda y el cinismo. Si mirara el México actual, ¿no encontraría un eco devastador de su queja, amplificado por el desquiciamiento de una nueva generación política y la lucha descarnada por el poder judicial, ambas carentes de ética, visión, humanismo y amor por la patria?
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