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La muerte que convino a Palacio
Opinión de
La muerte del papa Francisco es, paradójicamente, un alivio para el gobierno de México cuando menos durante casi tres semanas, que es cuando se elegirá un nuevo jefe de la Iglesia Católica. Francisco, un jesuita con un interés personal en el tema de la inseguridad y la democracia, fue una molestia para el régimen, que se tradujo en tensiones permanentes con el Episcopado Mexicano. La tirantez pública entre el expresidente Andrés Manuel López Obrador y sus representantes se disipó con la presidenta Claudia Sheinbaum, pero la mala relación con El Vaticano se mantiene.
No se sabe quién será electo nuevo Papa y pese a que dos terceras partes de los cardenales que decidirán su sucesor fueron nombrados por él, es incierto si la visión progresista de Francisco continuará. Su paso reformador como jefe de más de mil millones de católicos enfrentó las resistencias de una fuerte corriente conservadora encabezada por el cardenal estadounidense Raymond Leo Burke, que llamó a su papado como “un barco sin timón”, y de gobiernos autócratas a los que también enfrentó.
El año pasado, en Trieste, afirmó que “la democracia no goza de buena salud en el mundo actual”, y calificó como “la escoria de la ideología” a las políticas populistas. “Las ideologías son seductoras”, agregó. “Algunos las comparan con el flautista de Hamelin. Te seducen, pero te llevan a negarte a sí mismo”. México era uno de los países en donde tenía grandes preocupaciones. Consideraba a López Obrador como uno de esos populistas que llevaban al país a la autocracia, y en El Vaticano pensaban que sería igual con Sheinbaum.
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