La encuesta mensual de aprobación presidencial de El Financiero publicada ayer, refleja el crecimiento de la fascinación que tienen los mexicanos con Andrés Manuel López Obrador -66%, el nivel más alto desde diciembre de 2021-, que apunta a que le seguirán perdonando las deficiencias en la gestión de su gobierno y las promesas incumplidas, como el combate a la corrupción. Seis de cada 10 mexicanos consideran que en materia de corrupción está reprobado y la percepción es que va creciendo de manera significativa, pero no importa.
López Obrador no ha pagado ningún costo por encabezar un gobierno tan corrupto, como piensa la mayoría de los mexicanos, pero en el corto plazo el presidente se va a quedar sin la mañanera, la muralla que ha evitado que su nave haga agua. Sin su voz linchando políticamente a quienes ventilan las corruptelas sexenales, y sin la reiteración goebbeliana que corrupto es el pasado y el presente brilla por su honestidad, la luz se irá apagando de manera natural y el blindaje tenderá a debilitarse.
Lo sabe perfectamente.
Desde hace unos dos años el fiscal general Alejandro Gertz Manero comenzó la protección legal de sus hijos, y el monstruo en el que se convierte López Obrador cada vez que le plantean sus presuntos actos de corrupción, refleja de alguna manera el temor de que una vez que entregue la banda presidencial, su familia será vulnerable. Debe saber el presidente que las investigaciones periodísticas sobre la corrupción de la familia López Obrador y sus cercanos no se detendrá, lo que ayuda a entender su empecinamiento para aniquilar civilmente a Carlos Loret y financieramente a Latinus, que han sido el vehículo más eficaz para ventilarla.
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