Señorío Tlaxcalteca… La autoridad bajo el escrutinio público

El segundo piso de la impunidad
La inseguridad en México ha rebasado por mucho al Estado mexicano. El avance del crimen organizado tiene prácticamente detenidas a ciudades y pueblos enteros, que observan con indignación la forma en que estos grupos se adueñan de sus calles, sin que la autoridad intervenga. La crisis en Sinaloa y las recientes manifestaciones en el espacio público de una sociedad harta de vivir con miedo, son la muestra del Estado fallido en el que vivimos.
El asesinato de Antonio y sus dos pequeños, Gael y Alexander, detonó la indignación social y movilizó a la sociedad culichi mientras los gobiernos federal y estatal, indolentes y hasta cínicos, se victimizaban y acusaban intervención de grupos políticos que los quieren “desacreditar”.
Las respuestas del gobernador de la entidad, Rubén Rocha Moya, y de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum Pardo, no son muy distintas a las que daba el tabasqueño que habitó seis años Palacio Nacional: la culpa siempre será de otros, incluyendo las víctimas, en este caso ¡por los vidrios polarizados de la camioneta en la que viajaban!
En cualquier país del mundo, donde persista la sensatez pública, la ética y el sentido de la responsabilidad social y ante el incremento de la violencia en distintas regiones que ponen en riesgo a la población, los gobernantes renuncian o los contrapesos actúan. Si otro fuera el nivel de responsabilidad de las autoridades mexicanas, ya se hubieran concretado las destituciones en Sinaloa.
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