Señorío Tlaxcalteca… Avanza la pantomima de la elección de jueces

De política y cosas peores
Opinión de
-Don Asenjo fue a que lo afeitaran en la barbería del pueblo. El dueño le dijo: “Ahora estoy atendiendo a este señor, pero si lleva usted prisa lo puede rasurar mi hijo. Aunque acaba de iniciarse en el oficio tiene buen pulso, y habla poco”. Don Asenjo aceptó que lo afeitara el mozalbete, pues una hora después tenía una junta de las que el vulgo llama ombligatorias, cuya naturaleza se adivina. Lo del poco hablar del joven era cierto, no así lo del buen pulso. A poco de empezada la rasura le hizo un corte con la navaja al buen señor. “¡Ay!” -exclamó éste, dolorido.
El padre del aprendiz se enojó sobremanera. Tomó la tabla que se pone en la silla para cortar el pelo a los chamacos y con ella fue a darle de tablazos a su hijo. Eludió éste los golpes, que cayeron todos en la cabeza del pobre don Asenjo. “Perdone usted, señor -se disculpó el barbero-. Lo que pasa es que este tonto me hizo enojar”. Siguió el mozalbete afeitando a don Asenjo, y otra vez lo cortó con la navaja. “¡Ay!!” -volvió a proferir el lacerado. “¡Muchacho pendejo!” -se enfureció más aún el peluquero. Tomó la tabla y la emprendió de nueva cuenta contra su hijo. Con habilidad de consumado pugilista el novel fígaro cabeceó otra vez los golpes, que de nuevo fueron a dar en la cabeza del maltrecho don Asenjo.
“Mil perdones, caballero -repitió el fígaro-. Me indignó la torpeza de mi hijo, y no pude contenerme. Es una pena que usted haya sufrido los efectos de mi cólera”. No por eso dejó su trabajo el aprendiz. Siguió rasurando al malferido cliente. En eso -¡oh desgracia!- la afilada navaja se le resbaló al muchacho y le cortó al desventurado señor una oreja, que cayó al suelo. “¡Rápido! -le dijo apuradamente don Asenjo al aprendiz-. ¡Tápala con el pie, porque si la ve tu padre ahora sí me matará a tablazos!”.
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