En el espacio de pensamiento se debatió una amplia gama de temas. Un par de mesas sobre Sartori, el gran politólogo italiano, que fue catalogado, por hombres tan doctos como Pasquino, Olstein y Alcántara, como uno de los politólogos más importantes del siglo XX y por tanto de la historia, pues la ciencia política tuvo su auge en ese siglo. Alcántara recordaba que hizo una encuesta informal entre más de 50 colegas sobre quién era el profesor más importante. Las medallas se las llevaron Dahl, Linz y Sartori. Cada uno fue valorando las prendas intelectuales del florentino. Lo hicieron de forma eficaz y docta. A mí me parece que de todos los legados sartorianos hay dos particularmente relevantes para entender el México de hoy.
El primero es su advertencia sobre el desprecio por la historia y la experiencia como alternativas a la experimentación. Las democracias deciden sin considerar la experiencia histórica. En muchos casos los previsibles efectos de una decisión son ignorados. A diferencia de lo que ocurre en otros campos del saber, donde la previsibilidad está acreditada y aceptada, en política todo se procesa como novedad. Por ejemplo, todos los médicos saben qué efectos tiene la penicilina, pero en política olvidamos los efectos que tiene la concentración de poder, por mencionar uno. Caminamos a rienda suelta hacia el fracaso porque nunca la concentración del poder en una persona terminará bien. La evidencia está, pero no hemos logrado que se transforme en conocimiento adquirido.
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